"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos" (Mt 5,3). Queridos hermanos, hoy quiero compartir con ustedes una experiencia que marcó mi alma para siempre. Vengo de la tierra colorada de Misiones, Argentina, de un pueblo humilde y bendecido: Bernardo de Irigoyen y sus colonias y chacras aledañas. Allí, donde el …

“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).

Queridos hermanos, hoy quiero compartir con ustedes una experiencia que marcó mi alma para siempre. Vengo de la tierra colorada de Misiones, Argentina, de un pueblo humilde y bendecido: Bernardo de Irigoyen y sus colonias y chacras aledañas. Allí, donde el verde de la selva se funde con el cielo, aprendí que Dios no mira títulos, ni riquezas, sino corazones que laten por Él.

La sabiduría de los que no tienen nada (y lo tienen todo)

En aquellos caminos de tierra roja, entre chacras y colonias, conocí a hombres y mujeres que no tenían diplomas colgados en la pared, pero sí una fe grabada a fuego en el pecho. Gente que, al caer la tarde, se arrodillaba frente a un Cristo desgastado por el tiempo y le hablaba como a un Padre. ¿Acaso no es eso teología pura?

Recuerdo a Doña Rosa, que en su humilde rancho de madera juntaba monedas para el aceite de la lámpara del Santísimo, o a Don Juan, que caminaba kilómetros bajo la lluvia desde su chacra para no perderse la Misa dominical. Ellos no habían leído a los místicos, pero vivían la presencia de Dios en lo cotidiano.

“¡Es domingo, vamos a la Casa de Dios!”

Mientras en muchas ciudades del mundo la Iglesia se va quedando vacía, en aquellas colonias y chacras la Misa era la fiesta de la semana. Las familias llegaban en carros, a caballo o a pie, con sus ropas humildes pero limpias. Los niños corrían al encuentro del sacerdote como si fuera Cristo mismo, y los ancianos recibían la Eucaristía con lágrimas de gratitud.

¡Qué contraste con aquellas sociedades que, llenas de comodidades, han enfriado su fe! Europa, cuna de santos y catedrales, hoy ve cómo sus iglesias se convierten en museos. Pero en la pobreza de mi gente de las colonias, el Espíritu Santo sopla con fuerza, porque Él no busca corazones perfectos, sino disponibles.

El “título” que sí importa: Hijos de Dios

El mundo nos dice que valemos por lo que tenemos o logramos. Pero en las chacras de Irigoyen, la gente valía por lo que amaba. No tenían títulos universitarios, pero sí el “doctorado del amor” que se gana sirviendo al prójimo. Allí, un mate compartido era signo de comunión, y un “Dios te bendiga” dicho con sinceridad, la mejor oración.

Jesús lo dijo claro: “Has escondido estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla” (Lc 10,21). Por eso, el Espíritu Santo no es cuestión de intelectualidad, sino de humildad.

Dejémonos sorprender

Hermanos, quizá hoy Dios nos invite a desaprender para volver a lo esencial. A imitar a aquellos colonos y chacareros que, sin saberlo, eran maestros de fe. A buscar no más cosas, sino más amor.

Que María, la humilde esclava del Señor, nos enseñe a recibir el Espíritu con el mismo corazón sencillo de mi gente misionera. Porque donde hay pobreza y entrega, allí Dios hace maravillas.

Amén.

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