Hoy, al mirar a María en el cielo, vemos el destino de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Como ella, estamos llamados a: Vivir en gracia, rechazando el pecado. Esperar la resurrección, pues nuestro cuerpo es templo del Espíritu. Cantar el Magníficat, confiando que Dios cumple sus promesas.





