La importancia de volver a Dios

«Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Vuelve al Señor con todo tu corazón. ¿A dónde te has quedado? ¿Cuándo empezaste a flaquear en la …

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«Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Vuelve al Señor con todo tu corazón. ¿A dónde te has quedado? ¿Cuándo empezaste a flaquear en la fe? ¿Cuándo te diste por vencido? Debemos hacer un estop, pero no para las cosas de Dios, sino para nuestra vida tan atareada.

     Mucho tiempo pasamos haciendo cosas, porque nuestro corazón está vacío. Y si miramos nuestra historia vemos la mano providencial de Dios que nos lleva a buen rumbo. Pero nos cansamos porque muchas veces nuestro corazón no está en El. Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable.

     El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas». Como está tu corazón. El recipiente de tu vida de que está lleno. Porque si el odio y la ira dominan tu ser. No podrás saber y gustar del amor de Dios. de que te alimentas. De la vida de los demás. De los placeres de la carne. De los caprichos materialistas. Dios quiere habitar enteramente en nuestros corazones. Lo que él nos manda no excede nuestras fuerzas, sus designios son perfectos.

     Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Esta debe ser nuestra plegaria, nuestra oración de la vida. Dios puede revivir nuestro corazón cuando nos hacemos pequeñitos. Donde hay soberbia no puede entrar Dios. su amor es incompatible con el poder de las tinieblas. Pero él nos espera paciente y amoroso, abre sus brazos a cada uno de nosotros. el señor escucha a los pobres, él nos salvará.

     Debemos regresar a casa. Hemos estado mucho tiempo lejos y Dios no se cansa de llamarnos. En Jesús nuestra vida tiene sentido. En él se cumple la promesa de salvación y redención. Porque en Jesús quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

     En el Evangelio surge una gran pregunta de un maestro de la Ley que quería poner a prueba a Jesús. «Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». No está hablando para verdaderamente saber la respuesta sino para poner en evidencia a Jesús, por si responde bien o mal según la ley. Jesús responde: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”». Nos hemos olvido de la última frase.

    O mejor dicho ¿hemos acomodado nuestra fe para no involucrarnos en la vida de los demás?. Hoy el mundo brilla por los intelectuales, los teólogos, los liturgistas, los moralistas. Gente muy bien preparada en los preceptos y en el catecismo. Ero fallamos en algo muy importante. No somos capaces de practicar la misericordia con el hermano. La excusa muchas veces es no molestar. Pero es ahí donde nos hundimos en una fe sin compasión y compromiso. ¿Qué está pasando con muchos movimientos eclesiásticos últimamente? ¿Dónde está la vivencia real de un Cristo Crucificado que se ha dado y se sigue dando por cada uno de nosotros? no importa cuánto alabemos a Dios, si nuestra vida no se desprende de las comodidades, si no salimos al encuentro del que necesita, estamos muertos por dentro.

Jesús después de haber contado esa parábola que es vivo reflejo de nuestra realidad le dice al maestro de la Ley. «Anda y haz tú lo mismo». Así también nos dice a nosotros. sal de esa vida enferma, encerrada en el misticismo y en el bien estar y ama de verdad a tu hermano. Al que está necesitado. Pero eso sí. Primero debemos vivir esa comunión de amor real con Jesús porque o sino no pasara de vanagloria lo que hagamos. Dios puede hacer que nuestros corazones recobren la vida. Hay que llevar la cruz y, cuando sea necesario, llevar también la cruz del hermano porque el dolor llevado con un Cireneo aligera la carga. Estar siempre atentos a la necesidad del otro. Cualquier palabra, llamada, queja o desfallecimiento del hermano es un clamor que proviene del mismo Dios.

Recemos con el corazón: Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna.

Una antigua meditación del P. César