“LOS QUE PARTIERON, PERO NUNCA SE FUERON”

Queridos hermanos y hermanas, familia de aquellos que un día partieron hacia Puerto Rico: Hoy no estamos aquí solo para recordar. Estamos aquí para sentir. Para abrazar con el alma a esos hombres y mujeres que, cargando maletas de esperanza y corazones apretados por la despedida, cruzaron el mar en busca de un futuro. Para …

Escucha la meditación en audio:

Queridos hermanos y hermanas, familia de aquellos que un día partieron hacia Puerto Rico:

Hoy no estamos aquí solo para recordar. Estamos aquí para sentir. Para abrazar con el alma a esos hombres y mujeres que, cargando maletas de esperanza y corazones apretados por la despedida, cruzaron el mar en busca de un futuro. Para honrar a los que, aunque se fueron, nunca se fueron del todo, porque dejaron aquí sus raíces, sus amores, y un pedazo de su historia.

   Dios conoce el camino del emigrante. Él mismo lo recorrió. En el Éxodo, escuchamos su voz diciendo: “He visto la humillación de mi pueblo… y he escuchado su clamor”. Hermanos, Dios vio el llanto escondido en las despedidas en el aeropuerto, escuchó las oraciones susurradas en las noches de soledad frente al mar, y acompañó cada paso incierto en tierra boricua. Él sabe lo que cuesta empezar de cero, ser llamado “el de afuera”, extrañar el olor del café de la abuela, el sonido de la campana de la iglesia, o el abrazo que ya no está.

   Pero también hoy, Dios nos recuerda que el emigrante es bendición. Lleva en sus manos el coraje de los que transforman el dolor en semilla. Muchos de los nuestros en Puerto Rico construyeron hogares con ladrillos de nostalgia, pero también con fe inquebrantable. Trabajaron duro, levantaron comunidades, y aunque aprendieron a amar la isla que los acogió, nunca olvidaron la patria que los vio nacer. ¡Eso es dignidad! ¡Eso es amor!

Jesús, en el Evangelio, nos dice: “Era forastero y me recibiste”. Hoy, Él se identifica con el emigrante. Con el que sintió frío en las noches lejos de casa, con el que fue discriminado por su acento, con el que, aun así, guardó en su pecho la bandera de su tierra. Y también con los que, desde aquí, sostuvieron a sus seres queridos con llamadas, remesas y oraciones.

   Hermanos, hoy es día de gratitud y de memoria.

Gracias a los que partieron, por su sacrificio.

Gracias a Puerto Rico, por abrirles las puertas.

Gracias a las familias, por esperar, por entender, por amar a distancia.

   Y a los que ya no están físicamente, a los que partieron hacia la Casa del Padre sin poder volver, hoy decimos: ¡Presente! Su sueño vive en los hijos que educaron, en las casas que ayudaron a construir, en la fe que nunca soltaron.

   Termino con una imagen: Imagino a la Virgen de la Divina Providencia, nuestra madre, tejiendo un manto con hilos de aquí y de allá. Un manto que cubre a los de acá y a los de allá, porque para ella, para Dios, no hay distancia que rompa el amor.

Amén.

D. César Gustavo Acuña dos Santos, vuestro párroco.